Navegando el duelo
Aprendiendo a vivir con la pérdida:
un espacio compasivo sobre el duelo

¿Por qué duele tanto?
El duelo es un viaje profundamente personal y, a la vez, universal. No se trata solo de la pérdida de un ser querido, sino de cualquier cambio significativo —una ruptura, un empleo que se acaba, una salud que cambia— que nos obliga a adaptarnos a una nueva realidad.
El duelo no es solo una reacción al adiós, sino un proceso transformador que nos invita a comprender quiénes somos sin lo que ya no está. No es una carretera recta ni un “eterno muro”. Es un camino lleno de matices, pausas, vueltas hacia atrás y silencios que también dicen algo.
El duelo sacude nuestra identidad. Nos quita no solo una presencia, sino un “lugar” simbólico en nuestra vida. Es perder un reflejo. Como lo describen investigaciones desde una perspectiva cultural, emocional y simbólica, el duelo no solo afecta lo que sentimos, sino cómo nos contamos nuestra historia personal y relacional.


¿Qué atravesamos en el duelo?
Perder a alguien o algo importante nos cambia para siempre. El duelo no es un único momento, sino un proceso vivo, lleno de altibajos, en el que vamos aprendiendo a adaptarnos a una nueva realidad.
La psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross describió cinco etapas que muchas personas atraviesan durante este proceso: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Estas fases no son una escalera que subimos paso a paso, sino más bien un vaivén emocional, donde a veces retrocedemos, saltamos o vivimos varias etapas al mismo tiempo.
Conocerlas no significa que debamos forzarnos a seguir un orden, pero puede ayudarnos a poner nombre a lo que sentimos y a entender que lo que nos pasa es natural. Este mapa emocional nos recuerda que no estamos rotos, sino en camino.
duelo
Entendiendo el camino para sanar
Negación
Es el primer escudo ante la pérdida. La mente se protege del impacto diciendo: “Esto no puede estar pasando”. Puede sentirse como un entumecimiento emocional o una desconexión de la realidad. La negación no significa no saber lo que pasó, sino no querer integrarlo aún porque duele demasiado.
Ira
Cuando la negación empieza a ceder, surge la rabia. Es la energía que aparece cuando nos damos cuenta de la magnitud de la pérdida. Puede ir dirigida hacia nosotros mismos, hacia otras personas, hacia la situación, o incluso hacia la persona que ya no está. Es importante entender que la ira es parte del proceso, no un signo de debilidad.
Negociación
Aquí buscamos “acuerdos” con nosotros mismos o con la vida para revertir lo sucedido o aliviar el dolor: “Si hago esto, tal vez me sentiré mejor”, “Ojalá pudiera retroceder y cambiar las cosas”. Es una etapa donde la mente intenta recuperar el control que siente haber perdido.
Depresión
No es depresión clínica, sino un profundo dolor emocional que aparece cuando aceptamos que la pérdida es real. Puede traer tristeza, cansancio, falta de motivación y una sensación de vacío. Es una fase en la que necesitamos recogernos, sentir y cuidarnos especialmente.
Aceptación
No significa “estar bien con lo que pasó”, sino integrar la pérdida en nuestra vida. Es reconocer que el dolor formará parte de nosotros, pero sin que nos paralice. Aquí empieza la posibilidad de encontrar nuevos significados, rutinas y vínculos que nos sostengan.
Es clave recordar que este camino no es lineal: podemos ir y venir entre ellas, quedarnos más tiempo en una o saltar de una a otra.
Lo esencial es vivir el proceso con respeto y sin prisa.

¿Cómo acompañarte en este proceso?
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Permítete sentir lo que surja. No hay emociones equivocadas: tristeza, rabia, culpa o confusión son respuestas naturales ante una pérdida. No te exijas estar “bien” rápido. El duelo necesita espacio.
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Habla, escribe o comparte tu experiencia. Expresar lo que sientes ayuda a liberar peso emocional y a validar tu experiencia.
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Cuida tu cuerpo y mente. Mantener rutinas sanas —dormir, comer, moverte— puede ser un ancla en medio del dolor.
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Busca apoyo si lo necesitas. Si el dolor se extiende por meses, afecta tu vida diaria o te impide avanzar, acudir a un profesional puede marcar la diferencia. Compartir tu dolor con alguien de confianza o un terapeuta es un acto de cuidado, no de debilidad.
El tiempo del duelo
Hablar de tiempos puede ser arriesgado, porque cada persona vive el duelo a su ritmo. En general, quienes pierden a alguien muy cercano pueden transitarlo entre uno y dos años. Pero esto no es un límite ni una obligación; lo central es atender tus emociones, sin presiones.
El duelo no es olvidar, sino aprender a vivir con lo que ya no está. Es permitir que el dolor se convierta poco a poco en una forma nueva de relación con la ausencia, y en una oportunidad para honrar lo vivido y seguir creciendo.
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